vendredi 23 décembre 2005

Empeyora

Desde un peyorar amargo, en el estribo
Donde se enrieda un poligriyo-cualquiera,
Tiembla a-lo-así y confundido, mentestrila
Con el veneno de aneja asumollera.
Y entre cosos papeando medio escrachos
Por desaber que puzza de ignorante,
Zumbón del angurriento afán balurdo,
El lunomundo se le nos vuelve grande.
Y morfi englute sin preguntas, ni forma
Mostra hilacha ques, la deterior la cuitadez,
De los peor dislates, el más del disparate;
Donosidad del riel burlada, mueca aviada.

lundi 19 décembre 2005

Rafael Honorio Lafayette, padre francés madre una piojosa sin dientes, resultó el menor y el menor agraciado sucesor de la fastuosa dinastía Lafayette. Mucha guita, linaje del carajo, los franceses eran más bestias que un arado (así decían). Debían referirse a los bueyes, tanta carga los había tarado. Extraño, campos de terrateniente a los capos del comercio de ultramar. En fin. Arado, tarado, la diferencia es para los salames. Sea como sea, el franchute que recaló en las pampas bonaerenses, se pernoctó a la desdentada (de día, pero qué tanto detalle) y acto seguido murió. Hizo bien. Rafael debe su nombre a un tío materno, pescador de mojarras en las costas inmundas, o inundas (esta parte del relato está llena de malentendidos, el puto lenguaje) de los riachos, y medio deschavetado. Pero la sindientes amaba a su tío, quizá porque de tan lelo ni siquiera le había dado por trincársela cada vez que lavaba la ropa. Sin dientes, pero de hermosas piernas, la palangana la perdía. Incluso fuentes (involuntario, no me jodan) la aludían como (La) Palangana. De allí a Palangana había un paso y luego, nada, un chiflido y ya sabía. Con suerte sacaba un puñado de chirolas o más todavía, sin que la cagaran a golpes. Rafael vino como anillo al dedo (perdido el del casorio, por viudez prematura), porque preñada y sin dientes daba tanta repugnancia que ni siquiera sus hermosas piernas, gracias a dios se le llenaron de várices supurantes, atraían ni a los porqueros o presidiarios, que no la ponían en otra cosa que no fuera un tacho con lavandina, a curarla de tanto bicho. Y esta palabra (una buena al fin), no la necesitaban, a un caratulado bicho como la sin dientes, inflada y seguro sucia (seguro, aunque lavara todo el día). A lo sumo le miraban las tetas, sin tocarlas, de lejos. Bueno, qué tanto ensañarse con la Palangana, que una vez parido el chico quedó fofa y (otro milagro, pero malo, o) sin nada en el cuerpo. Empezando por el parto, perdió todo lo que le quedaba, en verdad no era mucho pero sí importante: la salud, la vida. Sin calcio, fofa, hecha un estropajo, medio desangrada desde antes (reventón de flebitis aguda) del dar a luz y más desgarros, la obstetricia chapucera, chupada por su criatura bastarda, que se aferraba a la teta como mosca a la caca, tal vez su último esfuerzo, el que la perdió, fue pensar en el nombre: recordó al tío Rafael, bueno... bueno, algo así. Al tío Rafael era ya difícil distinguirlo de las mojarras que pescaba. Pero un nombre era un nombre y aquí, muy valioso.
El huerfanito, triste comienzo para su existir, pero no tan distinto de otros tristes comienzos que se conocen recién a medio comenzar, creció fuerte como un roble. Mamó a su madre completamente, podría decirse que ella fue su última palangana de nutricio amor, pero me acusarán de cruel. Al fin y al cabo, qué cosa mejor para ella. Vivir, sufrir, vivar (dar vida) y morir (dar la vida) en la empresa. O acaso hubiera sido mejor que perviva y siga de palangana, vamos. Valle de lágrimas, y de compasión también. En el medio, además, felicidad, también.
Rafael tío también muere pronto (ya), (ya) le quedaba poca soga, o tanza para que sea más alegre la imagen. Este hombre dio todo, hasta su nombre. Si sufrió, fue por esa cosa de los locos, que se ponen nerviosos por cosas de locos. Un simple picarte y rascarte la nariz puede parecerles la peor ofensa, y te matarán a puro anzuelo en la yugular, hasta que boqueás como mojarra: degüelles y cornadas, o asfixia, nada cambia la carga del que nace animal de tiro. Locos. En general, no llegan a matar a nadie; en general, también, por locos más reciben palos que los dan. Para evitarlos, una rara circunstancia los vuelve inteligentes, o tal vez, misterio, siempre lo fueron, y siguen siendo locos, pero no boludos. Será el instinto propio de los irracionales. Pero el tío, además, fue feliz. Y más de lo que fue afligido. Su locura, también, ayudó en esto: feliz, como un chico buscando las mojarras, armar anzuelos con bichitos, cavar y las lombrices, retorciéndose, rosas como ninguna otra cosa, sucias de tierra, azulrosada. El barro miserable del lecho, de la orilla del riacho, el paraíso. Loco bueno, o atado al fondo y solo como loco malo. Feliz, sí, pero, dicen, la locura no es tan divertida. Tampoco.
¿Qué hacemos con el gurrumín? Por desgracia, no tuvo un padre que lo capacitara. Ni una madre que le contara cuentos antes de dormirse. O tampoco que, desesperada, lo ahogara una tarde en la palangana atroz, ella viva-(mente)-desnutrida y ver a su hijo enfermo, doliente, o simplemente receptor de un presente, madre iluminada, paupérrimo de arroz (con suerte) y un futuro atroz porquero o presidiario, pija al tacho y lavandina. Chirolas y suerte si no lo cagaban a palos, además. Objeción, obsecuente: ¿puede ser esta señora tan previsora, en su abismo abyecto de brutez y miseria? Imposible contestar, y además, es mi novela y los dramones y los sentimentalismos y los puede ser, son míos y me los merezco. Objeción denegada. Llegar al sitial sagrado, a crítico, para preguntar sandeces... ¡pero por favor!