mardi 13 avril 2004

No le daban ganas de dejar el baño. Hacía varios días que permanecía allí. Insomne imperturbable, tímidos timbrazos invadían a veces su paz contemplativa. El mundo, que para él no existía ya, volvía una campanilla de teléfono en incesante provocación. Siendo el baño su vida y su elemento, y la agonía del retrete el infierno, pisó la muerte en cada evacuación. Tembló; al intuir mortal el tiempo, efímera la ducha (sangraba con pulso descendente).
¿Qué horrores contenía el centro de aquella nebulosa? Un más allá de voces y bocinas; y un perro ladrido; luces, sombras de un dios cotidiano; y el hedor a vaca quemada, a huevo, a la canela infame del arroz con leche; músicas, trinos, aleteos; y el viento, azotando aquel árbol elemental. Después gritos y disfraces: policías, médicos, cronistas y vecinos. Y más personajes de una hermandad humana y vana; de una vanidad humana; de una humanidad algo, no sabía qué ni cómo, pero extravagante y llena de manicomios estatales y bromas y barrotes.
Digo yo,

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