mercredi 6 février 2008

Tormenta de trote y carga, tormenta de caras largas. 1 chori, 1 morci, 1 fritas, 1 norton clásico, 2 servicio de mesa y 27 pesos después, le hice caso a mi entrañable amigo Martín X, alias “lo divulgo por si acaso, alguien lo quiere anotar”, y me dirigí todo lo rápido que me era posible con la convidada ya en avanzado estado de ebriedad (con su cadencia, su gracia y su vaivén), a su nidito de amor o aunque más no sea franeleos y demás menesteres.
No vale prepotencia cuando talla el corazón. Lo cual no tiene nada que ver con nada, ni con “el romance ardiente de un cariño sano”, ni con “una falda más esquiva que sonrisa de botón”, y menos aún con “evocan las noches de un tiempo mejor”. Porque no es el tango quien debía salir en mi ayuda, noche lluviosa de humedad brutal, tras el conocido requiebro que empieza como “sabés, estoy indispuesta” y no enmienda su error mayúsculo primero de acceder e instigar a chupetearse hasta la médula con un decisivo y componedor “las caricias de mi vida”, allí mismo donde aprieta la cuestión, abajo al sur, mentiende.
Y no, querida y pobre paica, ningún dormir abrazados, bailar pegados o un infinitivo y un verbo que termine en dos... pensá, pobre pebeta, papa, papusa, que tu belleza un día se esfumará, y que como todas las flores que se marchitan tus locas ilusiones se morirán.
Caminaba enhiesto aún, camisa y pantalón, bajo la fría ducha involuntaria del amanecer y sin afán de cavilar ni un poco más para llevar alguito de poesía a mi tiritante corazón, la rabia y esa frustración que pulsa insolente masculló una letanía que, en una palabra o sea:

Ay, muchachita porteña, desdeñosa y coqueta, por qué no te vas a lavar (bien) las tetas.


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