mardi 9 septembre 2003

MANIFIESTO SUPERNUMERARIO

Cariacontecido y claudicante recurría a la usurpación del título de ficticio penitente. Ungido en vendehúmos vulneré ardides; tremendo, usurpé en zancadilla el sacro sitial. Era el bello precipitado, yacía al fondo del vaso de grog. Debía apurar el vaso; el paso también. Encurdelado, funambulesco y gandul, medité primero y entre dentelladas y capirotazos fui sometiendo al tiempo impepinable, lo forniqué a sabiendas declarándome vencedor.
¡Valor!
¡Sublime enojo acallará el lenguaraz lambeculos!

Las ataduras aflojaron y fue libre y voló.

¡Gran hurra por la bilocación!, espetaron las calles. La mía es la hazaña mítica que algunos esperaban, royendo cutículas de pies y manos. ¡Ah, cruel escarnio dispensado! Manojos de manos y ojos tornábanse en desagravios remolones hacia yo lunático. ¿Cómo se atrevieron, haberme llamado así? Repelente al runrún, propicié y di en reír castañeteando los dientes que tantas mordazas conociesen. Prorrumpí en maniobras que desenmascaraban los melindres de tamañas meretrices y sabandijas. Ja ja ja, migraban de bocas risotadas a más bocas parturientas. Ja ja ja monótono entre peatones cuyos moqueos lastimaban la victoria que yo repartía ubérrimo.

- ¡Este se cogió al tiempo! -escuché decir pizpireto un niño precoz-procaz soltando la materna teta, morigerante del hambre y divina. Su madre-protuberancias palpitaba sovoz en la quijada presagiando recórcholis, la tetuda.

Era el momento, zumbaba mi sangre. Besé al rufián y el pezón libre. Me sentía trovador, rumiante de aforismos, y en mi respuesta verraqueaba al mundo, repudiando a todo supérstite transeúnte:

- En efecto, parvulito, misión y micción mancomunados hasta el paroxismo hoy te regalan un futuro mejor. Tuyo será el reino de un futuro atemporal, mágico, donde insistentemente la morriña malsana, insalubre, ha mutado en bálsamo. Ojetes mojigatos dejarán de haber pruritos, serán payadores, maestros de papirolas, abdicando a manías y martingalas de la realidad. Soy yo, purrete, tu San Martín onírico y nigromante general cuyo quehacer rompe oprobios, subsana las galimatías más rumbosas. Aunque no entiendas un carajo, pequeño regordete rozagante, mi tributo repercutirá en la víspera encrucijada, cuando la esclerosis de la vigilia. ¡Adiós, zángano querido!

Dicho lo cual ensillé el pegaso blanco redivivo, mi rara avis secular. Iría a revistar la tropa, socolor de pegarme la rascada que andaba necesitando sin escatimar glamour, pues el tiempo sucio, vejete epifanía de mandinga, me había pegado más de una ladilla. Agarré para el lado de los tomates, segregándome hacia el promontorio de la plaza fuerte; con mucho sigilo y socarrón. El avispero se alborotaba. Quise perderlos, como al tufo que encima traía, pero sobrenadaban mis secuaces de vejación en la búsqueda de recíprocos, que jamás nombro para alzarme con el crédito yo solito; actuando de forma solapada, según dicen. Querían mérito por la trastada flagrante, ¡ah! sabían ser como aquel súcubo vivaz... Inerme, trascartón les propiné unas pataditas rudimentarias en los tentáculos, ¡la mierda son pulpos bichos pegajosos sin tapujos!
Cavilando las acciones venideras me surtía en estupor, así, en la duermevela postrera a la gloria. Aún no me consustanciaba, contemporizador, embelesado en lo épico-romántico de mi epopeya. "Se la di al tiempo", me repetía perplejo de tal hazaña capaz. ¿Será motivo para contento del mundo enmohecido, conturbado de congojas temporales, en la cúspide de lo agusanado? O por el contrario, ¿mejor continuar fétidos, exentos de fulgor, gimoteando cual estirpe de flan? Tales imperios refrenaban mi propio homenaje, tal la raigambre de hiel precursora, piadosa de lo execrable. Estaba solo y me lo recriminaba; de la reverencia en la euforia reciente al verme recóndito, sátrapa adocenado y prostibulario.
Los pétalos de mi rosa marchitos, ¿reverdecerán?

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