mercredi 3 septembre 2003

Entrepinturas

Existen innumeres analogías; por caso la comunicacional. Está la pared que sería el receptor y por la otra parte tenemos al emisor o dador en fase pintura. El medio indudablemente se asume pintor, sujeto actuante desprovisto de pasividad. Sin considerar la descripción o detalle de cada partícipe del sistema, nadie juzgaría sensato recaer en función crítica de lo anterior. Siquiera démosle alguna importancia como objeto de escritura, pues nada es más que proposición y positivamente perdura como tal.
Lejos de ello, la insinuación es realidad desde el momento en que pivota indefinida. Allí es adonde puja la finalidad del hecho textual. Hacia esa zona gris, sombra de lo posible, nube posada encima de la estadística, llovizna de un tal vez. Como proveyendo actitudes. En derredor pululan aleteos de moscas, bichos de carnes aquellas cuyas menciones sintetizan al palpante. Qué es todo esto sino vuelos de libélula en fruición del cavilar. Un primer visteo, una oposición en reconocimiento, una bipolaridad figurativa en esencias de tipo insecto volante: moscas versus libélulas. Toda significación de orden representativo en lo tocante a la dualidad mencionada es a priori válida.
De forma momentánea se revela la necesidad de tirar líneas a modo de enlace pro interpretación. Rubriquemos una tregua. En este instante es cuando los elementos de la empírica entran en acción. Operación de pintado que edifica un proceso a considerar, a sumariar. El pintor maniobrará armado de rodillo efectuando el moje dentro del receptáculo responsable, contenedor físico de la película a emplastar. Ésta es blanca a efectos de simplificar la imagen total. El avance del trabajo, si así damos en titularlo, se verifica a medida que la superficie en cuestión es (re)cubierta alojando el manto interpósito, paradojal desde que coliga el, y con el, presente singular a trastrocar en protector de futuros multíplices. Esto constituye prueba definitiva, concluyente. Así también la comprensión del haber, consecuencia preciosa, un fin estético consumado, hecho decisivo en tanto logro artero de un perseguir previamente subrepticio; un apenas; sutileza de la intuición. Cumplimentada una mano o aplique primo, inicia el período de secado. Este es tiempo muerto; cuna de introspección, de búsqueda en pos de ensueños, de poética, o, eventualmente, de entrega al ocio más perezoso: el perezocio.
En el cúlmine, surge la razón; aguafiestas conjugando explotar en sucesión no edificante. El rezumar de reclamos sobre noción tiempo; un corpus de extravagancias. Para qué. Fuera de manipulaciones filoacadémicas, paraísos referenciales y yerbas espurias, la repetición del proceder previo, que redundará en una segunda mano, es abordada con cerril escepticismo. Sobrevienen peligros nunca extranjeros del todo. El hastío de pintar repercute en sinsentidos únicos; carencias de las que suena incoherente carecer. Absoluto del ser es creado y enseguida abducido por el monstruo que devora al monstruo, ambos son él en sí mismo y ambos son lo mismo, ambos quienes fueran creados y abducidos por ellos mismos monstruos, ellos ambos, ellos dos son el ser y el ser es ellos dos en mutuo y monstruoso fagocitarse. Se incluyen en la eternidad y son la eternidad, la cual acaba por despluralizarse en el Ser. Sólo queda pintar. El Ser es el Eterno Ser y postreramente el Eterno a secas, sin ser nada. Acaso una regurgitación de monstruos, eructos del querer ser, ácidos vahos, fruto vapor de una razón indigesta.

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