jeudi 6 novembre 2003

ABIOGÉNESIS

Mejor por ende cimentar lo primero, haciendo bien las cosas para variar o el acabose liso y llano. Como quien dice:
Una pradera de ensueño verdulera, de plenos y esbeltos árboles, los insignes forestales cuyas ramas son longevas misericordias para quienes gustan cara al bosque pavonearse; la panacea total.
Quizá formando codos surcan uno, varios arroyos gloriosos por el cruce de dominios que engarzan mitos (si cabe) del grisgris morisco, como germen, dulce germen.
Luego por allí, profundo un lago mayestático de gélidos firuletes, un líquido holgazán casi casi pajero y huésped de licenciosos macanudos; o chorlitos bañistas del montón, momentáneos. Habría que dotarlo, se desprende, de abundante pesca.
Y el campo de caza, aunque existan razones en contrario. Para esto lancemos -por qué no- esas aves tan excelsas, apolíneas: sean abubillas, petirrojos y serafines voladores, da igual talante a la impunidad, abominación lúdica.
Animales sobran bajo aquel cielo indescriptible, falazmente azul como siempre son las cosas limítrofes con la pomposidad, aun sin que se note demasiado o nada.
Terminado esto, el resto: será un quizá, será evitado, será.

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