jeudi 18 décembre 2003

Extracto que por ahora conforma un casi todo de mi tremolante Manual de ascetismo revolucionario, de próxima edición según demanda (todavía en veremos).


iii) El tocomocho

Pululando en radiante cárdeno, la misión del asceta va y viene, en un devenir cuya traza soliviantante, mortal ejemplo de temperancia, más rápido que ligero conviene consolidar. Qué y cómo, bifúrcanse pronto las consultas; pues bien, nada más sencillo que esto: sea asceta, dele nomás, pero métase bien en la cabeza que calavera no chilla. Y el cómo no es menos importante, no acepta menor rigor que lo anterior, desde que la célebre pregunta: "¿cómo como?", descansa en tres sabias palabras: "(-qué sé- yo) como como, como".
Sus impías cadenas eternas, rancias leyendas perviven en el imaginario vulgar. Grutas hondas y obscuras, arrozales y pantanos de Oriente, son pasto fértil para las reses mansas; instantáneos pavores que pacen fantasías, sedes ásperas que abrevan en aguadas de amargo sabor.
¡Y todo por darse tanta manija, caramba! La malasangre nos abruma el intelecto hasta cosechar canas verdes: inmadurez que nos tiene podridos, la síntesis paradojal.
Cuestión de entregarse sincera y factiblemente al arbitrio de la luz cósmica. ¿Acaso temeréis al engendrador del Cosmos? Naturalmente que no. Entonces, estimado asceta, señala si puedes el camino. Mas luego prefiere su trasiego con decisión feliz, no te pierdas en sus múltiples encrucijadas, ante el sí fácil apela al no sin vueltas, así nada ni nadie te torcerá el brazo. Elige con el corazón, o con el bazo, por qué no: de tus órganos es cualquiera ése animalito de dios y Él abarca tu organismo por doquier.

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