vendredi 30 novembre 2007

"... desde hacía mucho tiempo, el padre Gabriel,uno de los santos de aquel cenobio, codiciaba a cierta mujer de Menerbe, cuyo marido, cornudo si alguna vez hubo alguno, era el señor Rodin. La señora Rodin era una jovencita morena, de veintiocho años de edad y mirada pícara, que tenía todas las trazas de ser un excelente bocado de monje. En cuanto al señor Rodin, no demasiado seguro de la castidad de su tierna mitad, era, sin embargo, lo bastante filósofo como para saber que la mejor manera de contener el crecimiento excesivo de un 'tocado' de marido, es la de dar la impresión de no sospechar que se lleva.
El padre Gabriel era el verdadero semental de los hijos de Elías, hacedor de niños si los hay; sólidas espaldas, una cintura del diámetro de una vara, un rostro negro y tostado por el sol, las cejas como las de Júpiter, seis pies de estatura, y en cuanto a lo que caracteriza especialmente a una carmelita, de un tamaño, que, según decían, igualaba al de los mejores mulos de la provincia. ¿A qué mujer no le va a gustar soberanamente estafermo semejante?
La candorosa esposa había confesado lisa y llanamente a su amante que ya sólo esperaba la ocasión para corresponder a unos deseos que le parecían demasiado fogosos como para reprimirlos por más tiempo, y por su parte, el padre Gabriel había hecho saber a la señora que estaba dispuesto a satisfacerla. En un brevísimo intervalo en que Rodin había tenido que salir, Gabriel llegó a enseñarle a su encantadora amante esa clase de cosas que hacen que una mujer se decida por mucho que lo siga dudando..."



Marqués de Sade, "El marido cura"