Del Cid enarbolada, un hierro como palo Tal que surca, inflama y hiende el viento A medio del quemar en filo de halo La fama manchó el vástago sarmiento
Y aquél campeaba valeroso y fuerte Tuerta, aun noble el alma aventajada En la caballería iba tendida, atasajada Queriendo hacer a los agravios muerte
A toda vida cesación daba violenta Y su fatiga desunía cuerpo y gracia Divinidad su infierno, su Furia truculenta Que la ira de vengar la satisface y sacia
Y era ésta tan grande como aquella injusta Pues contestado hubo ataque con ofensa Mas tal castigo no condijo a la robusta Lealtad que halló por destierro recompensa
¿Acaso por tomar prestados cuatro pelos O por mesar las condes barbas, se resultan La pena tan magnífica y vastos los flagelos Que a parajes tan remotos me sepultan?
Con pesadumbre, el Cid, así se preguntaba Al mejor hombre la razón por qué burlaba, Y en su rendido cavilar nunca cejando Porfió el letargo y le soltó un sopitipando
Presto volvió en sí junto a la espada Febril su mano y de recuerdos aferrada Si amargo sueño en él, pasión amena A la distancia vaga y triste su Ximena
Llamóse luego a proseguir con su descuerno A perpetuarse en el sinfín del trance eterno Torcer tal vez destinos, batallar gigantes Volver destierro en tumba ajena, escalofriante